Cada Papa, después de ser elegido por los cardenales, es anunciado a los fieles con las mismas palabras, gaudium magnum nuntio vobis. Os anuncio una gran alegría. Estas palabras se dicen para todos los Papas y, con ellas, la Iglesia nos enseña una verdad esencial: el nombramiento de un nuevo Papa siempre es una alegría para los católicos.
Al margen de sus cualidades personales, de su historial y de su futuro, que solo Dios conoce, cada Papa es un regalo de Dios para su pueblo, un pastor que nos recuerda al Buen Pastor del rebaño. Con su nombramiento, se nos confirma que Dios no abandona a su Iglesia y que podemos fiarnos de la promesa de Cristo de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Una vez más, recibimos el signo visible de una Tradición ininterrumpida desde hace dos milenios, cuando nuestro Señor dijo tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
¿Significa esto que el nuevo Papa es perfecto y que todo va a ser estupendo en este pontificado que ahora empieza? No, gracias a Dios. La vida cristiana es un combate y lo seguirá siendo. Para el propio León XIV, ese combate arrecia ahora y sufrirá más que nunca los embates del mundo, el demonio y la carne. La Iglesia no idolatra a sus pastores, sino que reconoce su debilidad y que necesitan, como todos necesitamos, la fuerza de Dios. Por ello, como otro signo visible de la comunión invisible de los santos, cientos de millones de católicos de todo el mundo hemos empezado a rezar por él y no dejaremos de hacerlo cada vez que vayamos a Misa y a menudo en nuestras oraciones privadas. Así mostramos de forma real y concreta nuestro amor por el Pastor que Dios nos ha dado.
Sin duda, el nuevo Pontífice tiene una gran tarea por delante. Vivimos en un tiempo de abandono de la Iglesia por grandes masas de católicos y de un secularismo cada vez más combativo fuera de ella. Más aún, en muchos casos se han borrado las fronteras y dentro de la propia Iglesia, hasta en los niveles más altos, ha brotado esa misma cizaña del secularismo que intenta reducir la fe a una opinión más, relativizar la moral católica y agradar al mundo a cualquier precio.
Las primeras palabras de León XIV como Papa han sido la paz esté con vosotros, es decir, la repetición del primer saludo de Cristo resucitado a los discípulos. Esa es su misión, hacer lo que hizo Cristo, parecerse lo más posible a Él y no apartarse nunca de su lado. El Papa no es Jesucristo, sino solo su humilde servidor, su vicario. Como San Juan Bautista, tendrá que repetirse todos los días: conviene que yo disminuya para que Él crezca.
Estamos en Pascua y no es por casualidad. El nombramiento de un Papa, de todo Papa, es una gran alegría, pero lo es ante todo porque nos proclama la alegría de la Resurrección de Jesucristo y su victoria sobre la muerte y el pecado. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos.