(InfoCatólica) El Santo Padre ha comenzado su homilía citando a San Agustín:
«Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).
Ha recordado la muerte del Papa Francisco, tras la cual «nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe "como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9,36)». Tras mencionar la última bendición de su antecesor recordó que «el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida "como un pastor a su rebaño" (Jr 31,10)».
El Papa aseguró que los cardenales llegaron a Roma para poner en manos de Dios «el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy»
Siervo de la fe en el amor y la unidad
El Papa ha descrito así su elección y su deseo de servir:
«Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia. Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro».
Tras recordar el llamado de Cristo a Pedro y los apóstoles, ha explicado la continuidad entre la misión del Redentor y de su Iglesia:
«...Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: «pescar» a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él «pescadores de hombres»; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios».
No se puede dar el amor sin haberlo vivido
El Papa ha mencionado la necesidad de experimentar el amor de Dios para transmitirlo:
«¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación».
Y ha añadido:
Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos «aún más», es decir, hasta ofrecer la vida por ellos».
Y esta es la tarea de Pedro:
«A Pedro, pues, se le confía la tarea de «amar aún más» y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo».
Que no es esta otra:
«No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús».
Tras recordar que Cristo es la piedra angular, ha insistido en cómo debe ser el ejercicio del ministerio petrino:
«Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos».
Todos los bautizados son piedras vivas «llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias»
Iglesia, signo de unidad
Este es el deseo del Papa para la Iglesia:
«Una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado».
Tras apuntar a los males de nuestro tiempo, ha ratificado que los católicos «queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad».
Y este es el gran mensaje que debemos transmitir:
«Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno».
Algo que deben hacer todas las Iglesias:
«Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.»
León XIV ha advertido contra el sectarismo y la soberbia
«Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo».
La hora del amor
El Papa ha concluido su homilía poniendo de nuevo énfasis en el amor como corazón del Evangelio:
«Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio».
Y ha recordado la labor del Espíritu Santo para dirigir la Iglesia.
«Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.
Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros».