(InfoCatólica) El Pontífice ha dicho a los seminaristas que son «testigos de la esperanza: la testimoniáis a mí y a todos, porque os habéis dejado implicar en la fascinante aventura de la vocación sacerdotal en un tiempo que no es fácil:
«Habéis acogido la llamada a convertiros en anunciadores mansos y firmes de la Palabra que salva, servidores de una Iglesia abierta y en salida misionera».
Y ha dicho en español:
«... gracias por haber aceptado con valentía la invitación del Señor a seguir, a ser discípulo, a entrar en el seminario. Hay que ser valientes y no tengáis miedo».
EL Santo Padre ha recordado la encíclica Dilexit nos del Papa Francisco sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y la importancia de cuidar el corazón de los seminaristas.
«Precisamente en este tiempo que estáis viviendo, es decir, el tiempo de la formación y el discernimiento, es importante dirigir la atención al centro, al «motor» de todo vuestro camino: ¡el corazón! El seminario, sea cual sea su forma, debería ser una escuela de los afectos. Hoy más que nunca, en un contexto social y cultural marcado por el conflicto y el narcisismo, necesitamos aprender a amar y hacerlo como Jesús»
Para ese aprendizaje «hay que trabajar la propia interioridad, donde Dios hace oír su voz y desde donde parten las decisiones más profundas; pero que es también lugar de tensiones y de luchas, que han de ser convertidas para que toda vuestra humanidad huela a Evangelio».
El Papa reconoce que «bajar al corazón a veces puede darnos miedo, porque en él hay también heridas». Pero:
«No tengáis miedo de cuidar de ellas, dejad que os ayuden, porque precisamente de esas heridas nacerá la capacidad de estar junto a los que sufren. Sin vida interior no es posible ni siquiera la vida espiritual, porque Dios nos habla precisamente allí, en el corazón. Dios nos habla en el corazón, tenemos que saber escucharlo».
El Papa ha explicado a los seminaristas que «el camino privilegiado que nos conduce a la interioridad es la oración». Y le ha exhortado:
«Os invito a invocar frecuentemente al Espíritu Santo, para que modele en vosotros un corazón dócil, capaz de captar la presencia de Dios»
El Pontífice les ha recordado que la oración es también fundamental para el buen discernimiento:
«Si cuidáis vuestro corazón, con momentos cotidianos de silencio, meditación y oración, podréis aprender el arte del discernimiento. También esto es un trabajo importante: aprender a discernir».
Y nada mejor que seguir el ejemplo de la Virgen:
«...siguiendo el modelo de la Virgen María, nuestra interioridad debe volverse capaz de custodiar y meditar».
El Santo Padre ha vuelto a apelar a la necesidad de tener un corazón como el de Cristo
«Queridísimos, tened un corazón manso y humilde como el de Jesús. A ejemplo del apóstol Pablo, que podáis asumir los sentimientos de Cristo, para progresar en la madurez humana».
Y les ha animado a no tener miedo a los momentos difíciles:
«Las crisis, los límites, las fragilidades no deben ocultarse, sino que son ocasiones de gracia y de experiencia pascual».
Tras asegurar que la Iglesia busca siempre la mejor forma de formar a los seminarisas, el Papa les ha dicho qué les corresponde a ellos:
«...¿cuál es vuestra tarea? Es la de no jugar nunca a la baja, de no conformaros, de no ser solo receptores pasivos, sino de apasionaros por la vida sacerdotal, viviendo el presente y mirando al futuro con corazón profético».
Meditación del Santo Padre León XIV a los seminaristas con ocasión de su jubileo
Basílica de San Pedro, Altar de la Confesión
Martes, 24 de junio de 2025
¡Gracias, gracias a todos!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con vosotros!
Eminencias, excelencias, a los formadores y especialmente a todos vosotros, seminaristas, ¡buenos días a todos!
Estoy muy contento de encontrarme con vosotros y agradezco a todos, seminaristas y formadores, vuestra calurosa presencia. Gracias, ante todo, por vuestra alegría y vuestro entusiasmo. ¡Gracias porque con vuestra energía alimentáis la llama de la esperanza en la vida de la Iglesia!
Hoy no sois solo peregrinos, sino también testigos de la esperanza: la testimoniáis a mí y a todos, porque os habéis dejado implicar en la fascinante aventura de la vocación sacerdotal en un tiempo que no es fácil. Habéis acogido la llamada a convertiros en anunciadores mansos y firmes de la Palabra que salva, servidores de una Iglesia abierta y en salida misionera.
Y digo una palabra también en español, gracias por haber aceptado con valentía la invitación del Señor a seguir, a ser discípulo, a entrar en el seminario. Hay que ser valientes y no tengáis miedo.
A Cristo, que os llama, le estáis diciendo «sí», con humildad y coraje; y este vuestro «aquí estoy», que le dirigís a Él, germina en la vida de la Iglesia y se deja acompañar por el necesario camino de discernimiento y formación.
Jesús, lo sabéis, os llama ante todo a vivir una experiencia de amistad con Él y con los compañeros de camino (cf. Mc 3,13); una experiencia destinada a crecer permanentemente también después de la ordenación, y que afecta a todos los aspectos de la vida. No hay nada en vosotros que deba ser descartado; todo deberá ser asumido y transfigurado en la lógica del grano de trigo, con el fin de llegar a ser personas y sacerdotes felices, «puentes» y no obstáculos para el encuentro con Cristo de todos los que se os acerquen. Sí, Él debe crecer y nosotros disminuir, para que podamos ser pastores según su Corazón [1].
A propósito del Corazón de Jesucristo, ¿cómo no recordar la encíclica Dilexit nos que nos regaló el querido papa Francisco? [2] Precisamente en este tiempo que estáis viviendo, es decir, el tiempo de la formación y el discernimiento, es importante dirigir la atención al centro, al «motor» de todo vuestro camino: ¡el corazón! El seminario, sea cual sea su forma, debería ser una escuela de los afectos. Hoy más que nunca, en un contexto social y cultural marcado por el conflicto y el narcisismo, necesitamos aprender a amar y hacerlo como Jesús [3].
Así como Cristo amó con corazón humano [4], vosotros estáis llamados a amar con el Corazón de Cristo. Amar con el corazón de Jesús. Pero para aprender este arte hay que trabajar la propia interioridad, donde Dios hace oír su voz y desde donde parten las decisiones más profundas; pero que es también lugar de tensiones y de luchas (cf. Mc 7,14-23), que han de ser convertidas para que toda vuestra humanidad huela a Evangelio. El primer trabajo, por tanto, ha de hacerse en la interioridad. Recordad bien la invitación de san Agustín a volver al corazón, porque allí encontramos las huellas de Dios. Bajar al corazón a veces puede darnos miedo, porque en él hay también heridas. No tengáis miedo de cuidar de ellas, dejad que os ayuden, porque precisamente de esas heridas nacerá la capacidad de estar junto a los que sufren. Sin vida interior no es posible ni siquiera la vida espiritual, porque Dios nos habla precisamente allí, en el corazón. Dios nos habla en el corazón, tenemos que saber escucharlo. Esto forma parte también del trabajo interior: el entrenamiento para aprender a reconocer los movimientos del corazón, no solo las emociones rápidas e inmediatas que caracterizan el ánimo de los jóvenes, sino sobre todo vuestros sentimientos, que os ayudan a descubrir la dirección de vuestra vida. Si aprendéis a conocer vuestro corazón, seréis cada vez más auténticos y no necesitaréis llevar máscaras. Y el camino privilegiado que nos conduce a la interioridad es la oración: en una época en la que estamos hiperconectados, resulta cada vez más difícil hacer experiencia de silencio y soledad. Sin el encuentro con Él, no logramos conocernos verdaderamente ni a nosotros mismos.
Os invito a invocar frecuentemente al Espíritu Santo, para que modele en vosotros un corazón dócil, capaz de captar la presencia de Dios, también escuchando las voces de la naturaleza y del arte, de la poesía, de la literatura [5] y de la música, como de las ciencias humanas [6]. En el riguroso esfuerzo del estudio teológico, sabed también escuchar con mente y corazón abiertos las voces de la cultura, como los recientes desafíos de la inteligencia artificial y de los medios sociales [7]. Sobre todo, como hacía Jesús, sabed escuchar el grito, muchas veces silencioso, de los pequeños, de los pobres y de los oprimidos, y de tantos —especialmente jóvenes— que buscan un sentido para su vida.
Si cuidáis vuestro corazón, con momentos cotidianos de silencio, meditación y oración, podréis aprender el arte del discernimiento. También esto es un trabajo importante: aprender a discernir. Cuando somos jóvenes, llevamos dentro muchos deseos, muchos sueños y ambiciones. El corazón a menudo está abarrotado y uno puede sentirse confundido. En cambio, siguiendo el modelo de la Virgen María, nuestra interioridad debe volverse capaz de custodiar y meditar. Capaz de synballein —como escribe el evangelista Lucas (2,19.51)—: reunir los fragmentos [8]. Guardaos de la superficialidad y reunid los fragmentos de la vida en la oración y la meditación, preguntándoos: ¿qué me está enseñando esto que estoy viviendo? ¿Qué dice a mi camino? ¿A dónde me está guiando el Señor?
Queridísimos, tened un corazón manso y humilde como el de Jesús (cf. Mt 11,29). A ejemplo del apóstol Pablo (cf. Flp 2,5ss), que podáis asumir los sentimientos de Cristo, para progresar en la madurez humana, sobre todo afectiva y relacional. Es importante —más aún, necesario— desde el tiempo del seminario, poner el acento en la maduración humana, rechazando todo disfraz e hipocresía. Con la mirada fija en Jesús, hay que aprender a poner nombre y dar voz también a la tristeza, al miedo, a la angustia, a la indignación, llevando todo ello a la relación con Dios. Las crisis, los límites, las fragilidades no deben ocultarse, sino que son ocasiones de gracia y de experiencia pascual.
En un mundo donde a menudo reina la ingratitud y la sed de poder, donde a veces parece imponerse la lógica del descarte, estáis llamados a testimoniar la gratitud y la gratuidad de Cristo, la exaltación y la alegría, la ternura y la misericordia de su Corazón. A practicar el estilo de la acogida y la cercanía, del servicio generoso y desinteresado, dejando que el Espíritu Santo «ungue» vuestra humanidad incluso antes de la ordenación.
El Corazón de Cristo está animado por una inmensa compasión: es el buen samaritano de la humanidad y nos dice: «Ve y haz tú lo mismo» (Lc 10,37). Esta compasión le impulsa a partir para las multitudes el pan de la Palabra y del compartir (cf. Mc 6,30-44), dejando entrever el gesto del Cenáculo y de la Cruz, cuando se entregaría a sí mismo como alimento, y nos dice: «Dadles vosotros de comer» (Mc 6,37), es decir, haced de vuestra vida un don de amor.
Queridos seminaristas, la sabiduría de la Madre Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, a lo largo del tiempo busca siempre las formas más adecuadas para la formación de los ministros ordenados, según las necesidades de los lugares. En este empeño, ¿cuál es vuestra tarea? Es la de no jugar nunca a la baja, de no conformaros, de no ser solo receptores pasivos, sino de apasionaros por la vida sacerdotal, viviendo el presente y mirando al futuro con corazón profético. Espero que este encuentro nuestro ayude a cada uno de vosotros a profundizar el diálogo personal con el Señor, en el que pedirle asimilar cada vez más los sentimientos de Cristo, los sentimientos de su Corazón. Ese Corazón que late de amor por vosotros y por toda la humanidad. ¡Buen camino! Os acompaño con mi bendición.
Queridos seminaristas,
Me alegra poder acompañaros esta mañana, con ocasión de vuestro jubileo, junto a los sacerdotes que os acompañan en el camino formativo. Procedéis de diversas Iglesias en el mundo y tenéis experiencias de vida muy distintas, pero en el Señor formamos todos un solo cuerpo. En efecto, una sola es la esperanza a la que habéis sido llamados, la de vuestra vocación (cf. Ef 4,4). Hoy, sobre la tumba del apóstol Pedro y junto a mí, su sucesor, renováis solemnemente la fe de vuestro bautismo. Este credo es la raíz de la que brota el «aquí estoy» que con alegría diréis el día de vuestra ordenación sacerdotal. Dios, que ha comenzado en vosotros su obra, la lleve a término.
[recitación del credo en latín]
Oremos. Padre, que en este año jubilar abres a tu Iglesia el camino de la salvación, acoge nuestros propósitos de bien y escucha nuestro deseo de convertir nuestras vidas a ti, para llegar a ser testigos auténticos del Evangelio. Con la gracia del Espíritu Santo guía nuestros pasos hacia la bienaventurada esperanza de encontrarte en la Jerusalén celestial, en la que tu Reino alcanzará su pleno y perfecto cumplimiento y todo será realizado en Cristo tu Hijo. Él vive y reina contigo y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
[bendición]
¡Mis mejores deseos para todos vosotros y feliz peregrinación de esperanza!
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Cf. san Juan Pablo II, exhort. ap. Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 43.
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Carta enc. Dilexit nos, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo (24 de octubre de 2024).
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Cf. ibíd., 17.
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Concilio Vaticano II, const. past. Gaudium et spes, 22.
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Cf. Francisco, Carta sobre el papel de la literatura en la formación, 17 de julio de 2024.
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Concilio Vaticano II, const. past. Gaudium et spes, 62.
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Congregación para el Clero, Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, El don de la vocación presbiteral (8 de diciembre de 2016), 97.
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Cf. Francisco, carta enc. Dilexit nos, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo (24 de octubre de 2024), 19.